Aclaremos lo que es una hernia discal.
La columna vertebral de un ser humano posee múltiples funciones: protege la médula espinal, da soporte al cráneo y permite estabilizar el centro de gravedad (posibilitando mantener el equilibrio a una especie bípeda como es la nuestra). Es un soporte estructural complejo y dinámico, constituido por una multitud de pequeñas “piezas”.
Estas piezas son llamadas vértebras. Las vértebras son huesos cilíndricos, y entre ellas intermedian unos discos recubiertos por una gruesa capa de cartílago, cuya función es la de amortiguar los choques producidos por el movimiento.
Ya hemos mencionado que una de las funciones de la columna vertebral es la de proteger la médula espinal: esta se encuentra constituida por multitud de nervios, los cuales permiten la conexión entre el extremo inferior de la columna y el cerebro.
En la columna existen unas aberturas llamadas foraminas, que permiten el paso a varias estructuras, entre ellas los nervios. En ocasiones, la artritis interviene y estrecha estas aberturas, presionando sobre dichos nervios, lo cual puede resultar en dolores, entumecimientos o debilidad muscular.
En la llamada hernia de disco o hernia discal, ese material gelatinoso que conforma el interior de los discos hace que estos se “inflen” y empujen la capa de cartílago hacia afuera, resultando en una irritación de los nervios más próximos que puede llegar a causar daños severos. Hablamos de hernias lumbares cuando estas aparecen en la parte baja de la espalda y de hernias cervicales cuando lo hacen en la columna cervical. Estas son las más habituales.
Hernia discal: causas.
Hay dos aspectos a tener en cuenta: el primero son las causas naturales y el segundo está relacionado con los hábitos de la persona que sufre la hernia.
La degeneración discal concurre conforme la persona envejece, haciendo que los discos pierdan flexibilidad y sean más propensos a desgarros y roturas. Al igual que el factor genético, esta se pueden considerar una causa natural.
Y entre los factores de riesgo relacionados con los hábitos podemos mencionar los trabajos pesados (lidiar con cargas elevadas o elevar el peso sirviéndose de la espalda más que de los músculos de las piernas), el tabaquismo (disminuye el suministro de oxígeno a los discos, favoreciendo su deterioro), la obesidad o el sedentarismo.
Cómo saber si tengo una hernia discal.
Evidentemente, y ante la sospecha de problemas en ese sentido, se debe acudir a un especialista.
El médico preguntará en primer lugar al paciente cuáles son sus síntomas; posteriormente realizará un examen físico que le permita evaluar aspectos como la fuerza muscular, la coordinación, los reflejos o la sensibilidad ante suaves estímulos.
Este tipo de pruebas suelen bastar para determinar la existencia o no de una hernia, si bien pueden hacerse necesarias radiografías de la columna (para descartar otras posibles causas), mielografías, tomografías computerizadas, o resonancias magnéticas.
Los síntomas de la hernia discal.
Existe la posibilidad de que una persona tenga una hernia discal y prácticamente no presente síntomas. No obstante, se suele experimentar dolor, entumecimiento, parestesias (sensación de hormigueo) y debilidad muscular. El dolor suele intensificarse al orinar, al defecar o incluso al aumentar la presión sobre los nervios tosiendo o estornudando.
Hernia discal: tipos.
Existen tres tipos.
La hernia lumbar se localiza en la parte baja de la espalda y es la más común. Afecta también a las piernas y los pies. Puede manifestarse en un dolor de rodilla muy característico.
La hernia lumbar puede dar lugar a la ciática (que afecta a este nervio), en la cual el dolor se extiende desde la parte baja de la columna hacia los glúteos y las piernas.
Puede llegar a producir debilidad muscular y (en muy raros casos) incontinencia urinaria.
La hernia cervical se produce en el cuello. Al presionar sobre los nervios presentes en la zona el dolor puede ser intenso en los brazos (en ocasiones parte desde las axilas) y producir hormigueos en los dedos de las manos. De nuevo, puede aparecer la pérdida significativa de la capacidad muscular.
La hernia torácica (mucho más infrecuente que las anteriores) se produce debido a una enfermedad degenerativa de los discos o a eventos traumáticos en la parte alta de la espalda (caídas, lesiones deportivas, accidentes, etc).
Produce dolores que se dejan sentir en el abdomen, en la espalda o en las piernas. Al igual que en las dos hernias ya mencionadas, es capaz de producir debilidad muscular, entumecimiento e incontinencia. En casos graves, la hernia discal torácica puede presionar la médula espinal hasta ocasionar parálisis por debajo de la cintura.
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El tratamiento de la hernia discal.
En primer lugar, se antoja imprescindible conocer la gravedad de la afección, los síntomas, el estado general del paciente y sus hábitos de vida.
El tratamiento comienza casi siempre de forma conservadora. Y, lo que es aún más positivo, dichos tratamientos funcionan en cerca de un 90% de las ocasiones.
Si bien a veces se hace imprescindible un reposo de varios días, se suele recomendar al paciente que mantenga unos hábitos de vida adecuados y una sana actividad, dejando de lado aquellos movimientos que puedan resultar más lesivos y previniendo determinadas posturas (como permanecer de pie en estático, agachado o sentado durante periodos prolongados). Un excesivo sedentarismo puede agravar la debilidad muscular y, en definitiva, la afección.
A la hora de dormir, se recomienda el hacerlo en un colchón adecuado y colocar almohadas bajo las rodillas (en el caso de que se duerma boca arriba) o bajo la cintura y bajo el hombro (en caso de que se opte por dormir en posición fetal).
El médico podrá recetar analgésicos de venta libre para combatir un dolor leve o moderado (como el ibuprofeno o el acetaminofén), neuropáticos que afectan los impulsos nerviosos y atenúan el dolor (como la venlafaxina o la gabapentina), relajantes musculares para combatir los espasmos, opioides para dolores más intensos o ante la falta de reacción a los analgésicos (normalmente en periodos muy cortos para evitar posibles adicciones) o inyecciones de cortisona (aplicadas en el área, alrededor de los nervios raquídeos).
Existen remedios más sencillos que pueden resultar hasta cierto punto efectivos, tales como aplicar frío (con hielo o paños) sobre las zonas afectadas en periodos de 20 minutos.
Todo ello será sabiamente recomendado por el médico a cargo, que intentará evitar opciones más invasivas, tales como la cirugía, siempre que sea posible.
Dormir con una hernia discal: claves y consejos.
Los dolores y la dificultad para mantener determinadas posturas pueden provocar un importante perjuicio sobre el sueño de los afectados por una hernia, empeorando sensiblemente su calidad de vida. Un descanso adecuado y de calidad es imprescindible para que cualquier persona se mantenga sana y en plenas condiciones mentales. Al dormir se reparan nuestro cerebro y nuestro cuerpo, y se libera el estrés sufrido durante el día. Para los adultos, se suele recomendar entre 7 y 8 horas de sueño diario.
Con frecuencia, el dolor impide a los aquejados con una hernia tanto conciliar el sueño como mantenerlo, en ocasiones haciendo que se despierten varias veces durante la noche y evitando acceder a sus fases más reparadoras.
Veamos qué aspectos se deben tener en cuenta.
Conviene que el colchón utilizado sea de dureza media; un colchón excesivamente rígido o blando puede provocar que aumenten el dolor y la presión muscular.
En casos de cierta gravedad o dolor continuado se puede optar por una cama articulada.
Las almohadas cervicales son muy recomendables, pues protegen las cervicales al mantener cuello y espalda alineados. Ni demasiado baja ni demasiado alta.
La postura es clave.
Dormir boca abajo no es recomendable, pero menos aún con una hernia, pues fuerza la columna a una posición antinatural.
Al dormir boca arriba respetamos la curva natural de nuestra columna. Se hace recomendable hacerlo con una almohada entre las piernas (para así aligerar la presión) y con los brazos rectos.
Dormir de lado es la forma más extendida e idónea de hacerlo. De este modo evitamos crear dolores de espalda y facilitamos nuestra respiración.
Cómo prevenir la hernia discal.
Hay una serie de sanos hábitos que nos ayudarán a prevenir la aparición de hernias discales y que, por tanto, conviene tener presentes.
Mantener una postura correcta favorecerá la salud de nuestra columna vertebral.
Debemos evitar levantar pesos excesivos y, en el caso de hacerlo, recurrir a la forma correcta: flexionando las rodillas y no la espalda.
Dormir lo suficiente repercutirá siempre de un modo muy positivo sobre nuestra salud.
Evitando el sobrepeso evitaremos forzar la columna, que al fin y al cabo es una estructura de sostén para todo nuestro cuerpo.
Una buena y nutritiva alimentación nos ayuda a estar saludables y reparar tejidos.
Fumar debilita el organismo, y la tos crónica que suele ser consecuencia de dicho hábito afecta más de lo que pudiera parecer a nuestras vértebras.
Hacer ejercicio moderado fortalecerá los músculos del abdomen y la espalda, previniendo problemas en estas zonas. Por supuesto, evitando siempre los excesos.
Evitando los zapatos de tacón especialmente altos evitaremos someter a nuestra columna a un estrés innecesario y nocivo.